sábado, 12 de diciembre de 2009

Cuento (2). El mono y la Conejita.




El mono y la conejita estaban sentados en la orilla del río y hablaban. A la conejita le gustaba escuchar al mono, pero tenía un pequeño problema la conejita se distraía a menudo de lo que el mono decía porque éste no paraba de rascarse. El mono hablaba y se rascaba, se rascaba y hablaba. Se rascaba la cabeza, se rascaba la barbilla peluda, se rascaba el brazo izquierdo y luego se rascaba el derecho.

Al mono le gustaba hablar con la conejita, pero tenía un pequeño problema. El mono se distraía a menudo de lo que la conejita decía porque ésta no paraba de olfatear, mover el hocico y menear las orejas. La conejita olfateaba el aire, movía el hocico y meneaba las orejas de un lado a otro.

Finalmente, el mono dijo: “¿Quieres hacer el favor de parar?”.

“¿Parar de qué?”, preguntó la conejita.

“Parar de olfatear el aire, de mover el hocico y de menear esas largas orejas”, dijo el mono.

“Ese continuo olfatear, mover el hocico y menear las orejas me está volviendo loco. ¡Vaya una mala costumbre que tienes!”

“¿Qué mala costumbre tengo? ¿Y qué hay de la tuya? Todo el rato, mientras vas hablando conmigo, te estás rascando. Primero te rascas la cabeza, después te rascas la barbilla, seguidamente te rascas el brazo izquierdo y luego el derecho. Estas rascándote continuamente. ¡Vaya una mala costumbre que tienes!”

“De acuerdo, no debo rascarme. Sé que, si quiero, puedo parar de rascarme en cualquier momento”, dijo el mono.

“De acuerdo, no debo olfatear, mover el hocico y menear las orejas, dijo la conejita. Sé que, si quiero, puedo parar de olfatear, mover el hocico y menear las orejas en cualquier momento.”

Entonces el mono desafió a la conejita a hacer una prueba: “Vamos a ver. Sé que puedo estar todo el día sin rascarme si tú puedes estar todo el día sin olfatear, mover el hocico y menear las orejas. Probemos: si podemos estar todo el día quietos, desde esta mañana hasta la puesta del sol, eso querría decir que somos capaces de romper esas malas costumbres”.

El mono se sentó muy quieto.

Y la conejita se sentó muy quieta.

Ninguno de los dos movía un músculo, pero al mono empezó a picarle mucho la piel. Quería rascarse la barbilla peluda. Le picaba el brazo izquierdo y también le picaba el brazo derecho, pero seguía muy quieto.

La conejita tampoco movía un músculo, pero deseaba olfatear el aire por si detectaba algún peligro. Pensó que olía la presencia de un león en la hierba, pero no podía olfatear ni mover el hocico. No podía mover el hocico, ni menear las orejas de lado a lado para detectar el peligro. La conejita estaba sentada muy quieta.

Finalmente, la conejita dijo: “Mira, mono, tengo una idea: hemos estado sentados muy quietos durante mucho rato y ya me estoy aburriendo.¿Por qué no nos contamos historias para pasar el día?”

“Buena idea, conejita. ¿Por qué no me cuentas tú la primera historia?”

Así que la conejita empezó “Ayer, cuando bajaba hacia la orilla del río para encontrarme contigo, pensé que olía la presencia de un león en la hierba. Empecé a olfatear, olfatear y olfatear el aire, pero no había ningún león por allí. Entonces meneé mis orejas y escuché, pero no había ningún león por allí. Me tranquilicé al saber que no había ningún peligro. Entonces, seguí mi camino hacia la orilla del río para verte a ti, amigo mío.”

El mono dándose cuenta de cómo se las había arreglado la conejita para introducir algunos olfateos, movimientos de hocico y meneos de oreja en su historia, decidió contar una historia sobre sí mismo.

El mono dijo: “Ayer, durante mi camino de bajada hacia la orilla del río para encontrarme contigo, me crucé con una pandilla de niños.
Uno de los niños me lanzó un coco y me golpeó en la cabeza, justo aquí. Dos niñas me lanzaron cáscaras de coco y me golpearon en cada uno de los brazos. Entonces corrí tan rápido como pude hacia la orilla del río para verte a ti, amiga mía”.

La conejita se partía de risa. El mono empezó a reír. La conejita sabía lo que el mono estaba haciendo, y el mono sabía lo que la conejita había hecho.

“Bien, es una buena historia, pero tú pierdes la prueba, mono. Te estuviste rascando durante toda la historia”, dijo la conejita.

“Bien, la tuya también fue una buena historia, conejita, pero olfateaste, moviste el hocico y meneaste las orejas durante toda tu historia, dijo el mono.”

“Supongo que ninguno de los dos puede estarse quieto todo el día –dijo la conejita-; simplemente, no puedo romper esas malas costumbres” añadió, al tiempo que olfateaba el aire para percibir la existencia de algún peligro, movía el hocico y meneaba sus orejas.

“Yo tampoco puedo”, dijo el mono, al tiempo que se rascaba la cabeza, la barbilla peluda, el brazo izquierdo y el brazo derecho.

Estuvieron de acuerdo en que las malas costumbres son difíciles de romper, y hasta hoy, el mono todavía se rasca y la conejita todavía olfatea, mueve el hocico y menea las orejas.

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